Tradición y Cultura

Naranja y Blanco


Género: narrativa (cuento corto)
Autor: C.M. Roos

Respetos a J.K.J.

En esa oportunidad escuché un murmullo muy leve, casi imperceptible. Era un ladrillo en el muro que gritaba. Estaba justo bajo el techo: -¿qué desvaríos son esos de anhelar una pared horizontal, de no querer estar abajo soportando nuestro peso? ¡Dejaríamos de ser una pared! Se acabaría nuestra formación perfecta y nuestra armónica unidad. Alguien debe estar abajo y alguien arriba; es lo normal.-

Un ladrillo de abajo contestó: -No puedes sentir nuestra pena porque estás en las alturas y apenas puedo verte. Pesan demasiado, no soporto...- Luego gritó llorando: -¡Un día me dejaré desmoronar simplemente! ¡Moriré, y ustedes conmigo! ¡Soy indispensable!- Y ya gimiendo: -Se vendrán abajo en aparatoso estruendo.-

Los ladrillos de arriba y buen número de los del medio se inquietaron y temblaron, pues se dieron cuenta que no era este un ladrillo comunista y que su amenaza de morir era terrible. Pero pronto vieron que el miedo y la costumbre son fuerzas hermanas que viven en el corazón de aquel infeliz y de todos sus semejantes. Además, mesuraron cuán difícil (mas no imposible) es vencer al instinto de supervivencia. Se percataron de que el cumplimiento de la amenaza era posible pero no inminente: un asunto controlable.

Entonces intervino una suerte de insecto del color de las naranjas: -en otro tiempo yo fui ladrillo. Bueno, realmente nunca lo fui. He sido echado de todas las paredes y de todos los muros. He sido condenado por no tener la razón, por ser la mala hierba y la perdición en seis patas. He sido expatriado por razones sagradas. Pero en verdad les digo (enhorabuena, voy por más...) que el problema acá, a todas luces, es la gravedad. Si no tienen peso, nadie presiona a nadie. Una pared en el espacio habitado por los astros. ¡Eso es! En el infinito, por cierto. Así no habría tampoco arriba ni abajo.-

Pero los ladrillos no podían imaginar la ingravidez. No entendieron de qué hablaba aquel insecto que ostentaba una blanca y graciosa camisita de fuerza.

Entonces preferí dejar de imaginar paredes de ladrillos y volver a mi habitación de paredes de limpia colcha blanca, a mi realidad sacra. Además, el enfermero estaba por llegar y yo debía estar concentrado.


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